Las campanas hoy doblan por mí

Hace un rato leía la noticia de la temprana y lamentable muerte de Steve Jobs. Y lo primero que me vino a la mente fue la famosa frase de la Meditación de John Donne que coloca Hemingway al inicio de su novela Por Quién Doblan las Campanas: “La muerte de cada hombre me disminuye”. Esta es una de las múltiples ocasiones en que he sentido que es realmente así, aunque tengo que admitir que hay otras muertes que, como mínimo, no lamento y no me disminuyen. Pero no tengo intenciones de hablar del genio fundador de la Apple, pues no podría hacer otra cosa que repetir lo que sobre él he leído y sé que, en estos momentos, otras miles de voces en el mundo, con mucha más presencia que la mía, ya se están encargando de hacerlo. Simplemente, por asociación de ideas, pensé en la novela en sí, y sucede que ese fue el primer libro que leí siendo adolescente. En estos momentos, varias décadas después, no sabría decir si es tan buena novela como yo la valoro, pues emocionalmente me resulta tan importante que estoy consciente de que de ninguna manera podría hacer una valoración objetiva. No puedo recordar las veces que la volví a leer, o que leí solo determinados pasajes de ella. Pero llegué a aprenderme muchos diálogos de memoria, y los personajes de Pilar y María los podía imaginar vívidamente (en ese momento no había visto la película de Gary Cooper e Ingrid Bergman). Apenas entendía la trama histórica subyacente en la novela, solo intuía el romanticismo del protagonista que se aliaba con el bando Republicano con un compromiso total, por el que perdía la vida. Mis simpatías históricas se definieron desde entonces, sin mayores elementos de juicio que la visión de Hemingway a través de su héroe, el norteamericano Robert Jordan. Hoy, con muchos más años y más madurez, y a 75 de haberse iniciado la Guerra Civil Española, sé que las cosas no se pueden ver en blanco y negro, y que muchos hombres buenos murieron de ambos lados, aunque sigo creyendo que el fascismo de los líderes nacionales era el mal mayor. Pero a la novela de Hemingway le debo, en una buena parte, el haberme convertido en una amante de la buena lectura (en libros de papel, el mundo digital lo dejo para la comunicación, la información y el entretenimiento) y el haberme permitido conocer la famosa Meditación. Pues es cierto: una vez más, las campanas doblan por mí.

La palabra Bachiller

Mi larga experiencia en el mundo académico me ha permitido constatar la pésima calidad de la educación media, al menos en muchos de los países de Latinoamérica. Esa es una verdad como un templo y no creo que alguien se atreva a rebatirla. Pero, quizás precisamente por eso, todo el que quiere se gradúa de Bachiller. Esta palabra siempre me impresionó. En Cuba, específicamente, cayó en desuso hace muchos años como parte de un proceso que se encargó de revolucionarlo todo, y borrar el vocabulario cotidiano. Los colegios dejaron de ser colegios para pasar a ser escuelas, y los liceos dejaron de serlo también para convertirse en Pre-universitarios. De forma tal que, cuando uno terminaba la enseñanza media no decía “Soy Bachiller”, sino “Me gradué del Pre”.
Pero recordaba, de mi infancia, escuchar a alguien referirse con admiración a otra persona diciendo “¡Es Bachiller en Ciencias y Letras!”. Y en mi mente infantil eso significaba que poseía una gran sabiduría.
Pero, actualmente, he visto que uno de los requisitos para ser vendedor en una tienda popular es, increíblemente, ser bachiller. Lo primero que uno podría pensar es que esa persona iba a estar sobreevaluada para esa función. Y estaría equivocado. Una gran mayoría de los que se gradúan de la enseñanza media en nuestros países apenas sabe leer o escribir (si escribiera) y tiene un nivel de incultura e ignorancia que, en la época en que el famoso título significaba sabiduría, no la tenían ni las personas que no pasaron de la escuela primaria.
He hecho algunos experimentos y he preguntado a un grupo de bachilleres si saben quién es Chopin (no si conocen su obra) y masivamente me han respondido que no. Cuando he tratado de explicarles la grandeza del personaje y lo que es la música clásica, he llegado a tener reacciones como “yo no he escuchado esas canciones”. Todo esto viene porque hoy, mientras estaba entregando un paquete en un servicio de envíos internacionales y le mostraba a la empleada de la receptoría (bachiller, por supuesto) la dirección del destinatario, me preguntó ¿París es el país de destino?